Era una mañana lenta y pesada de sábado. Mi padre dejó las luces del salón encendidas, todas, aquello parecía la casa de Gran Hermano. La tostada, con aceite y jamón ocupaba el centro del plato, aquella ciruela enorme que intentaba rodar por el borde amenazaba constantemente con caerse. Antes de sentarme apagué las luces. Luego, con el plato sobre el que rodaba la amenazanen la mano, serpenteé a través del salón hasta la mesa para desayunar. La mecedora estaba en el sitio exacto y preciso. Pero mi atención no estaba en un mueble enorme como la mecedora sino en una ciruela enorme que rodaba por el borde del plato. El cálculo de espacio de paso falló por solo unos milímetros, pero fue lo justo para que el meñique de mi pie izquierdo se empotrara en la pata de la mecedora. Por supuesto que la ciruela rodó por el suelo, pero eso ya no importaba, lo que importaba era el penetrante dolor, seguido de un resquemor y de una evolución en el dolor que supe reconocer. Me lo he roto. Trabajé toda la mañana, eché la sieta, esperé que se pusiera hinchado y morado como una morcilla de Burgos y solo entonces fui a Urgencias a que me confirmaran lo que ya sabía. Fractura en el meñique del pie izquierdo. Me lo inmovilizaron, me mandaron diez días de reposo y nada, aquí estoy en el curro haciendo reposo.