lunes, 22 de octubre de 2007

metajolibú

Haga usted un refrito con Los otros y El espinazo del diablo, agréguele unas gotitas del más rancio cine fantástico de los ochenta a lo poltergeist y le saldrá el orfanato. Esa película tan maravillosa que ahora resulta que va a salvar la cinematografía patria.

No me gusta el cine fantástico ni la literatura fantástica ni los metalenguajes culturales ni los homenajes endogámicos ni los géneros canónicos ni los neo-estilos. No me gustan porque siempre me parecen el camino fácil, trillado. Muchas veces se reviste la cosa de un aura elitista y opaca porque así parece que las metaculturas retroalimentadas de sí mismas son más cultura. Pero en realidad son la nada, un pluff, un pedo, el vacío.

Como el año pasado se nos fue la mejor y dejamos que los mejicanos les colaran a jolibú una castaña casi nuestra envuelta en fantasía, metalenguajes culturales y cine de género, este año hemos hecho la misma perra con distinto collar para colársela nosotros. Pero hasta los tontos aprenden. O no.

martes, 16 de octubre de 2007

una lluvia débil que cala

Llegó a primera hora de la tade. Dijo hola muy educadamente y se sentó a esperar de espaldas al balcón. Lo reconocí. Traía las canas más blancas, las ojeras más hondas y la mirda más perdida. Pero también traía la voz profunda y las manos grandes de siempre. Estaba ya oscureciendo cuando le hice pasar. No se quejó ni preguntó si llegaba ya su turno. Había estado lloviendo casi toda la tarde, los niños estuvieron pegados a los cristales del balcón mirnado a los automóviles levantar el agua a ambos lados de la plaza. Pero a esa hora solo quedaba la luz meditabunda de la farola irrumpiendo con majestad en la sala y él, sentado todavía en el mismo sitio, más hundido y más digno.

¿Vas a soltarme el discurso, pregunté? Solo entonces abrió la boca. Es increíble lo que estamos haciendo con el mundo, vamos contra la naturaleza, destrozamos la costumbre, lo natural, por el simple placer de verla perecer. De pronto yo estaba sentado en una silla de mimbre y mi madre gritaba al fondo y el discruso catastrofista se extendía durante horas. Es como tú, que te crees que eres alguien porque tienes un despacho o una consulta o lo que sea esto. Pero no tienes dignidad, te pasarás la vida luchando con ser alguien pero jamás tendrás capacidad para serlo. El asiendo de la silla de mimbre parecia hacerse elástico, parecía querere engullirme, mi madre gritaba más alto al teléfono y el seguía haciendo caer su discurso como una lluvia débil que cala. Todos éramos malos entonces. Y ahora. como si no hubieran pasado veinte años en un parpadeo. Sonreí. Es nuestro sino, la herencia familiar, llevamos en el alma la semilla de la destrucción.
 
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