Hace mucho tiempo, más de media vida ya, estuve en contacto con un grupo neocatecumenal de un pueblo cercano al mío que pretendía crear una comunidad en la localidad donde vivía -y vivo-. Asistí a encuentros, charlas, reflexiones, lecturas comentadas del evangelio y a una ceremonia eucarística de largo -pero ameno- ritual. Estuve a punto de iniciar el camino neocatecumenal, pero algo que no sabría explicar me impulsó a no hacerlo. Esa decisión provocó que algunas personas de mi círculo de amistades más cercano me dieran la espalda abierta y sectariamente. Su actitud me reafirmó en lo decidido. Y me fui alejando, quizá como preludio de lo que me ocurriría un par de años después: mi vuelta definitiva a la razón y mi alejamiento de la superstición religiosa. Comprendí, entre otras muchas cosas, que aquellos que condenaban mi amor no predicaban el amor sino el dolor y el sometimiento.
A pesar de su compromiso extremo, casi excluyente, y de su férreo control moral y de costumbres, el movimiento neocatecumenal tuvo para aquel yo adolescente en busca de una identidad propia, un gran atractivo, fundamentalmente porque era profundamente conciliar. Tenía ese halo hippie, pacifista y de compromiso personal y apolítico que envolvió a muchos grupos cristianos tras la renovación propiciada por el Vaticano II.
Por eso me sorprendió ver una enorme pancarta del grupo al que estuve cercano en el acto político de Diciembre en la plaza de Colón de Madrid. Y me sigue sorprendiendo que una pareja, miembros del grupo "hermano" de Bollullos sean los primeros en obtener una sentencia judicial favorable en la guerra política contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Cuál ha sido su deriva en los últimos quince años? ¿Cómo un grupo nacido al calor de la renovación conciliar termina aliándose con los apóstoles de la vuelta a Trento? ¿Cómo aquellos "revolucionarios" han terminado convirtiéndose en adalides de la involución? Estoy muy lejos de la Iglesia Católica y de cualquier sentimiento religioso en general, quizá mi deriva ha sido mayor que la de ellos, pero la suya no la comprendo, sinceramente. Son el nuevo Opus, aquellos plutócratas a los que despreciaban.