viernes, 30 de enero de 2009

El fin de un mundo

Hace unos días murió Manuel P. Rondaba los 90 y hacía varios años que no salía de casa y varios meses que perdió la cabeza. Con Manuel se fue una enciclopedia viviente de la supervivencia, del saber y la filosofía popular. Fue poco al colegio, sólo los días de lluvia que no podía ayudar a su padre o a su madre en el campo. Pero sabía leer y escribía lentamente, con una letra de molde casi infantil.

Le bastaba subir a un cerro y otear el horizonte para ver a cuántas leguas (el sistema métrico decimal y él no se llevaban) venía el agua y la hora exacta en que empezaría a llover. E interpretar en el vuelo de los pájaros, en la humedad del suelo, en la altura de los matrorrales, acontecimientos que los demás ni intuiríamos.

Manuel era creyente, pero creía en un dios muy particular. Decía siempre que para él Dios era como una mula grande de almagra, de aquellas antiguas que no se metían en nada, que las amarrabas a una noria y no dejaba de brotar el agua. Si te vienen diciendo que dios es como una vecina chismosa que se mete en todo lo que haces díle que las mulas no se meten en nada, que dios mueve el mundo y el destino se lo hace cada uno.

Hacía jaulas con junco y cestas de enea y encajes de esparto y cualquier otra cosa que pudiera hacerse con las manos. Conocía el nombre de cada rincón de los campos que se podían recorrer en una jornada desde su casa y de todas las plantas y todos los animales que los habitaban.

Si hubiera habido una guerra nuclear no sólo habrían sobrevivido las cucarachas (curianas, las llamaría él), seguro que Manuel habría encontrado la manera de hacerse un hueco junto a ellas. Pero el paso del tiempo es más pérfido que una guerra nuclear. Y su tiempo se acabó, y se llevó con él todo el saber de una época, historias, lugares, costumbres, modos de hacer acumulados durante siglos y que quizá ya nadie recuerde nunca.

Ha muerto un universo completo.

miércoles, 14 de enero de 2009

Desperté

Desperté de pronto. Hacía apenas una hora que me había acostado. No sé qué estaba soñando. Pero soñaba contigo. La única imagen que retuve del sueño fue tu sonrisa, tus labios, tu mandíbula potente.

No recuerdo haber soñado contigo en los últimos años. Ni siquiera pienso a menudo en ti. Estás arrinconado en un desván muy oscuro de mi memoria, al final de los corredores, junto al dolor inconfesable, junto a la vergüenza oscura, junto a las cosas que, de tenerlas presentes, no me dejarían vivir.

Pero la puerta del desván, una vez abierta, no es fácil cerrarla. Ni ignorar su luz. Ni conjurar sus maldiciones girando entre las sábanas.

Fuiste el primer amor. Irrealizado. Me sentí desaeado por primera vez por alguien a quien amaba. En silencio.

Del desván salen sin orden el calor de tu cuerpo al rozarse con el mío en un pasillo atestado. Tu espalda desnuda en un hotel de Burdeos. Las miradas encontradas, frenando en seco el universo, al abrir la puerta de una clase en un instituto. Un verano vacío viéndote sonreir en fotos. El timbre de tu voz. La camiseta blanca, el jersey verde anudado a la cintura aquel martes de Mayo.

Las ganas. El miedo. El amor. El dolor. Tus ojos. Un mundo que no entendería. El abrazo que añorba. El que nunca tuve. La convicción infantil de que no he vuelto a encontrar a nadie tan adecuado. La certeza de haberte buscado en otros que se te parecían.

Y luego las sábanas, las almohadas, la madrugada, el sueño, con dificultad, volviendo, cerrando las puertas de los desvanes, confundiendo las escaleras, los corredores, ocultando el camino por que se llega al calor húmedo que mi piel registró en la memoria con un escalofrío y que fue un día tu cuerpo.

Por la mañana eres ya un recuerdo, lejano.

sábado, 3 de enero de 2009

año nuevo pie liberado

Ayer cojí unas tijeras, con cara de sádico, sin avisar a nadie y empecé a cortar. Cortaba con tanta fruición y apremio que me arañé sin notarlo. Faltaban seis días con respecto a la fecha recomendada por el médico. Y era evidente que el cuarto de baño de casa no era el centro de salud. Pero aquella escayola amenzaba seriamente mi salud física y mental. Si alguna vez necesitáis hacerme perder la cabeza, encerradme con toda mi familia sin posibilidad de escape. Seguí tomando los antiinflamatorios y los calmantes hasta ayer, pero no porque el pie escayolado me doliera, sino porque me había hecho polvo un hombro y una mano haciendo esfuerzos con las muletas, porque me dolía una rodilla de dar saltos y la espalda de estar todo el día tubmado y ...

Esperaba un pie hinchado, quizá amoratado. Descubrí un pie blanco, impoluto, donde se marcaban las venas y los huesos. Temí que me doliera, al incorporarme, pero el que me dolía era el otro, el sano y el hombro y la rodilla y varios dedos de una mano y la espalda. Estoy mayor, me duele todo menos el pie supuestamente lesionado.

Y para celebrarlo vuelvo al trabajo el lunes. Se acbaron mis maravisollas vacaciones. Como no sabía qué hacer con ellas el destino maquinó un magnífico plan de descanso, literatura, guerra familiar sin cuartel, la ruleta de la fortuna, llamadas continuas del trabajo para solucionar problemas ridículos... por lo menos no me he podido gastar todo el dinero que me llegó de súbito metido en la escayola.
 
Locations of visitors to this page