miércoles, 20 de junio de 2012

de cinco poemas para cris

IV
Creo que no te quiero,
que solamente quiero la imposibilidad
tan obvia de quererte
como la mano izquierda
enamorada de ese guante
que vive en la derecha.

Julio Cortázar.

viernes, 15 de junio de 2012

Salvador

Hoy es uno de esos días en que uno necesita que otros digan lo que no sabemos decir, decirnos. Que lo digan Luis y Konstantin, que siempre expresaron mejor que yo, lo que siento.

Salvador


Sálvale o condénale,
porque ya su destino
está en tus manos, abolido.

Si eres salvador, sálvale
de ti y de él; la violencia
de no ser uno en ti, aquiétala.

O si no lo eres, condénale,
para que a su deseo
suceda otro tormento.

Sálvale o condénale,
pero así no lo dejes
seguir vivo, y perderte.


Luis Cernuda.


El otro poema que me viene ahora mismo a la cabeza ya lo posteé años ha, así que para qué repetirlo:

http://olvidarunolvido.blogspot.com.es/2007/07/septiembre-de-1903-al-menos-dejad-que.html

martes, 22 de mayo de 2012

círculo

A veces uno cree volver años atrás. Se repite un esquema, no en el detalle menudo, pero sí en la mecánica general. Y es tan doloroso ver cómo vuelves a los mismos vicios del pasado, cómo creas murallas donde no eran necesarias, cómo fabricas sufrimiento de algo gozoso. Sí, vale, que esta vez es más extraño, más difícil, que me plantea un millón de dudas lo que intuyo que siento o puedo llegar a sentir. Porque no es una historia entre iguales, porque no debería alimentar esa hoguera, porque podría no ser bueno para ninguno de los dos. Pero aún así lo hago, de algún modo. Y al hacerlo entre un millón de dudas repito esos esquemas trillados, dolorosos, que no conducen a ningún buen lugar más que a hacerlo todo más difícil. Debería romper ese círculo vicioso, pero otras veces, cuando he intentado romperlo lo único que he hecho es acelerarlo.

jueves, 21 de julio de 2011

Gustos literarios de los insectos.

Los insectos son, por norma general, completamente refractarios a esa abominación evolutiva que llamamos literatura. Con muy buen criterio pasan de largo de cualquier impostamiento de la realidad tendente a crear inexistencias paralelas en las que escapar de la vacuidad de la existencia (o inexistencia, que por ponernos a debatir no será) real. Hay pese a ello un bichejo habitual en saltarse esta norma,una plaga despreciable que devora literatura desde tiempo immemorial. No sé si será por una fijación personal en perseguirme o por su voracidad insaciable o por un desorden emocional provocado por su sociabilidad extrema. Lo cierto es que esta semana han vuelto a desmembrar de una dentellada feroz parte de mi fondo bibligráfico.

Nuestra historia de desencuentros es larga y tortuosa. Ya en mi tierna infancia ese bicho asqueroso se zampó casi todos mis cuentos y mi colección completa de tebeos de rompetechos. Fue mi primer encuentro personal con la llamada erróneamente hormiga blanca, pues nada tiene que ver la detestable termita con la familia de las hormigas y las avispas, ella está más bien emparentada con las langostas de las plagas bíblicas y las asquerosas cucarachas que sobrevivirán a la debacle nuclear.

No satisfechas con devorar los cuentos de un pobre niño se empeñaron en dejarlo sin casa, así una noche (casi siempre es una noche) comenzaron a caer del techo en tropel sobre mi cama aquellos horripilantes bichitos blancos. El dictámen del arquitecto fue categórico, se han zampado las vigas de madera, hay que salir de aquí lo antes posible. En menos de un mes habíamos desalojado los muebles, estábamos atrincherados de cualquier modo en casas de familiares y observábamos desde esas sombrías trincheras cómo hordas de albañiles descamisados destejaban el hogar.

Unos años después se merendaron un tomo de la enciclopedia, el 14 ME-ORT, irresponsablemente apoyado en una pared con fama de húmeda. Y sospecho que gracias a esa digestión se harían expertas en mobiliario, porque, como ya no tenían bastante con los quicios de las puertas, en los últimos meses han atacado con sigilo libidinoso el mueble de mi habitación, el de los libros.

Lo que más me ha sorpendido del caso es que los condenados insectos parecen tener un gusto literario bastante parecido al del común de los humanos. Primero acabaron de destruir los restos de mi infancia e hicieron desaparecer con su voraz mandíbula mágica lo dos o tres cuentos supervivientes del primer ataque. Una vez consumada su malvada y rencorosa destrucción retroactiva, entre varias decenas de libors, eligieron devorar completamente un Dan Brown que me regaló alguien, por lo visto todo en el libro, incluído el papel, era de rápida y fácil deglución. Luego se afanaron en un Arenal de Sevilla de Lope de Vega (el Dan Brown con gola, un bestseller del siglo del oro). Con sorpresa he descubierto que debe irles batante el rollo bollo, porque se han zampado más de media opúsculo amoroso de temática lésbica sin despeinarse el flequillo.

También cortejaron a una media novelita que anduve malpariendo entre los 20 y 24 de mi edad, pero, con sesudo y mesurado criterio, se han comido únicamente la carpeta de cartón que la contenía sin rozar siquiera con sus mandíbulas el infumable texto. Y, más sorprendente si cabe, se han atrevido con Rayuela, sí, sí, a lo grande, sin rubor, pero sólo con su celulosa, han mordisqueado todo el márgen superior y parte del lateral, pero no han osado rozar una letra siquiera de la más inefable de las obras del mejor Cortázar. Yo creo que ese objetivo lo tuvieron claro desde el primer momento, cuentan que en nocturnos y alevosos cenáculos literarios que los xilófagos tienen para discutir sobre la calidad de la materia a ingerir, se oyó gritar como a este cabrón le comamos un Cortázar es capaz de pillarse un F17 y bombardear la casa, mejor lo mordisqueamos nada más y que siga acumulando celusa muerta para nuestras necesidades futuras.

Hijas de puta.

viernes, 17 de junio de 2011

La pena

¿Mereció la pena?

Me lo preguntaba desde esa profundidad perturbadora de sus ojos, tan poco buscada y tan ineludible. Me lo preguntaba por mantener la conversación, por orillar silencios. Me lo preguntaba por preguntar.

Y yo le respondí en serio, a la literalidad de la pregunta.

Fue mucha pena para un destello tan breve.

Fabriqué un silencio. Uno no pregunta ¿mereció la pena? para que le hablen de verdad de la pena.

Seguí, aun a riesgo de que el silencio terminara por llenarlo todo. Últimamente casi todo cuesta demasiado y es difícil disfrutarlo. Cuando veo a la gente por la tele bailar, saltar, pasarlo bien, me cuesta ponerme en su lugar, me cuesta concebir ese estado de delirio en mi aquí, mi ahora.

Mira qué rama tan rara tine ese árbol, parece como un dragón.

Pues no, no fabriqué un silencio.

Verdad, qué curiosa.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Durante dos semanas el mundo vuelve a ordenarse por sí solo. Planeo futuros, vacaciones, decoración, lectura, escritura. Tengo ganas de todo eso. Tengo ganas de alegría. El tiempo tiene una medida distinta, vuela entre mis manos. Un día se oye crack. Apenas he dormido, me levanto con dolor de cabeza, con cansancio. Tengo resaca y no he bebido. Dejo de planear, me da miedo viajar, me aburre todo lo otro.

En realidad no se ha producido ningún movimiento relevante, ningún hecho al que atribuir el cambio. Simplemente sucede. Y lo que queda es esperar, trabajar como un autómata, ver pasar los días. Porque cada vez los días malos son más una isla en un mar de días mejores.

Ese puzzle misterioso que forma nuestro cerebro, esa selva impenetrable de conexiones neuronales, esa piscina de neurotransmisores donde no se sabe quién a veces se hace pis, esa incógnita que gobierna nuestras vidas; es un reto homérico, inexcrutable. Todo lo que soy, todo lo que puede llamarse yo, incluida la propia conciencia de de ser está ahí dentro. Todas nuestras luces y todas nuestras sombras, inmersas en ese maremagnum que creemos dominar o que nos domina.

martes, 3 de mayo de 2011

Leonor Mediavilla

Leonor Mediavilla fue siempre categórica, severa, adusta. Le gustaba repetir que había heredado el carácter granítico de su abuela vallisoletana. Pero lo repetía mucho y ese exceso verbal, tan autoafirmatorio, restaba credibilidad al mensaje.

Era una virtuosa del croché, del petit point, de las magdalenas de naranja, de los poemas hagiográficos y del almidonado de cuellos de camisa. A pesar de sus muchas crisis de fe, asistía a misa dominical y hacía exámen de conciencia todas las noches antes de acostarse.

Combatía el aburrimiento, además de con las actividades manuales e intelectuales antes mencionadas con breves pero habituales paseos por el parque y con alguna copita de anís las tardes de lluvia.

Había tenido pretendientes de tronío durante su juventud, luego fueron bajando de categoría, pero siguió teniendo aspirantes al altar más que decentes en decoro, fortuna, familia y prestancia hasta bien entrada la cuarentena.

Leonor a todos los calificaba de patanes, arribistas, filibusteros de la palabra o ignorantes orgullosos. En realidad muchos le gustaron, llegó a enamorarse locamente de alguno, pero en cuanto sentía algo un poco más profundo, un poco más lascivo, su orgullo empezaba a actuar por ella. Cometía errores imperdonables, hería al más amado, lo alejaba hasta hacer imposible cualquier posibilidad racional de relación. Y años después áun seguía esperando que volvieran, cuando ellos tenían ya otra vida, otro amor, otra familia.

Leonor nunca tuvo sentido de la oportunidad. Dejó pasar la vida escribiendo cartas anónimas a señores casados a los que había despreciado cruelmente, asistiendo a entierros con la esperanza de ver a los sobrinos de la finada y buscar en ellos una mirada de complicidad que tantos años atrás les negó. Ansiaba lo que desechaba, buscaba lo que dejaba escapar.

Nunca se enfrentó a su orgullo incorrupto de abuela granítica. Nunca se permitió vivir más allá de lo que hacía de manera virtuosa y controlada. Jamás se concedió la posibilidad de explorar caminos desconocidos, fuera de su dominio.

Ahora, en la residencia a la que la llevaron sus sobrinos cuando empezó a perder la cabeza ya no la llaman Leonor Mediavilla, la llaman la bailonga porque está siempre coqueteando con todos, haciendo bailes, cantando canciones, metiendo la pata con sus comentarios destartalados y sus chistes verdes y desvergonzados.
 
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