Durante dos semanas el mundo vuelve a ordenarse por sí solo. Planeo futuros, vacaciones, decoración, lectura, escritura. Tengo ganas de todo eso. Tengo ganas de alegría. El tiempo tiene una medida distinta, vuela entre mis manos. Un día se oye crack. Apenas he dormido, me levanto con dolor de cabeza, con cansancio. Tengo resaca y no he bebido. Dejo de planear, me da miedo viajar, me aburre todo lo otro.
En realidad no se ha producido ningún movimiento relevante, ningún hecho al que atribuir el cambio. Simplemente sucede. Y lo que queda es esperar, trabajar como un autómata, ver pasar los días. Porque cada vez los días malos son más una isla en un mar de días mejores.
Ese puzzle misterioso que forma nuestro cerebro, esa selva impenetrable de conexiones neuronales, esa piscina de neurotransmisores donde no se sabe quién a veces se hace pis, esa incógnita que gobierna nuestras vidas; es un reto homérico, inexcrutable. Todo lo que soy, todo lo que puede llamarse yo, incluida la propia conciencia de de ser está ahí dentro. Todas nuestras luces y todas nuestras sombras, inmersas en ese maremagnum que creemos dominar o que nos domina.
¿Alguien sigue leyendo esto?
Hace 2 años