No le pidas que luche sin tregua, que haga del vendabal de su fuerza un modo de conquista, que soporte el ciclo de los días con su empuje apolíneo. Pidele si acaso una caricia temblorosa, un silencio veteado como corteza de abedul, una entrega sin resquicios y sin gritos. Porque su fuerza no es de esa naturaleza evidente del rayo que truena en la madrugada, del huracán que asola las yemas de los árboles. Su fuerza es más bien como la de la piedra que sirve de base a la columna que sujeta el arco sobre el que descansa la bóveda celeste.
2 comentarios:
Chico, actualiza más amenudo!
¡A sus órdenes! Bueno, en cuanto tenga tiempo.
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