martes, 16 de octubre de 2007

una lluvia débil que cala

Llegó a primera hora de la tade. Dijo hola muy educadamente y se sentó a esperar de espaldas al balcón. Lo reconocí. Traía las canas más blancas, las ojeras más hondas y la mirda más perdida. Pero también traía la voz profunda y las manos grandes de siempre. Estaba ya oscureciendo cuando le hice pasar. No se quejó ni preguntó si llegaba ya su turno. Había estado lloviendo casi toda la tarde, los niños estuvieron pegados a los cristales del balcón mirnado a los automóviles levantar el agua a ambos lados de la plaza. Pero a esa hora solo quedaba la luz meditabunda de la farola irrumpiendo con majestad en la sala y él, sentado todavía en el mismo sitio, más hundido y más digno.

¿Vas a soltarme el discurso, pregunté? Solo entonces abrió la boca. Es increíble lo que estamos haciendo con el mundo, vamos contra la naturaleza, destrozamos la costumbre, lo natural, por el simple placer de verla perecer. De pronto yo estaba sentado en una silla de mimbre y mi madre gritaba al fondo y el discruso catastrofista se extendía durante horas. Es como tú, que te crees que eres alguien porque tienes un despacho o una consulta o lo que sea esto. Pero no tienes dignidad, te pasarás la vida luchando con ser alguien pero jamás tendrás capacidad para serlo. El asiendo de la silla de mimbre parecia hacerse elástico, parecía querere engullirme, mi madre gritaba más alto al teléfono y el seguía haciendo caer su discurso como una lluvia débil que cala. Todos éramos malos entonces. Y ahora. como si no hubieran pasado veinte años en un parpadeo. Sonreí. Es nuestro sino, la herencia familiar, llevamos en el alma la semilla de la destrucción.

1 comentario:

Unknown dijo...

dicen que las leyes de la genética no fallan.... y en mi caso era muy cierto, y no solo en lo físico... porque con el paso de os años se me está haciendo el carácter exactamente igual... a veces me genera cierta paranoia... pero creo que va a ser inevitable...

 
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